LA ARGENTINA Y SU INCERCIÓN EN MATERIA DE SEGURIDAD FÍSICA NUCLEAR INTERNACIONAL
Por Julián Gadano y Tomás Bieda
Los atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 se transformaron en el hito fundacional histórico que marcó esquemáticamente el inicio de una nueva etapa en materia de seguridad internacional. La magnitud del ataque, las “herramientas” civiles para perpetuarlo, la redefinición hacia objetivos no exclusivamente militares, la logística global reemplazando a conflictos territorialmente localizados, entre tantas otras razones, inauguraron un nuevo paradigma de seguridad, en las puertas de un nuevo siglo.
En efecto, el “nuevo mundo” que se inició aquel martes borró las fronteras nacionales para los adversarios, globalizando los conflictos y expandiendo los medios disponibles para concretar efectivamente algún ataque. Así, desde aquel instante, presenciamos que ya no hay regiones o lugares inmunes, “alejados” o protegidos contra el accionar de organizaciones terroristas, y que sus esfuerzos no se concentran únicamente en objetivos militares o estratégicos. La geopolítica mundial presenció la lenta desaparición de los diversos “centros” del mundo, habilitando una realidad en la que cualquier objeto es susceptible de convertirse en un arma, en la que cualquiera de nosotros se ha transformado en un objetivo potencial – turistas paseando en bicicleta, amigos disfrutando una rambla playera, ciudadanos celebrando una fiesta nacional, editores y redactores de una revista, etc.
Esta nueva realidad en materia de seguridad internacional también tuvo su impacto en el sector nuclear. Históricamente, la industria nuclear puso su énfasis en la seguridad radiológica y en las salvaguardias nucleares. Es decir, por un lado, en proteger a los seres humanos, la sociedad y el medio ambiente de los potenciales efectos nocivos que pudieran producir las radiaciones ionizantes, y por el otro, en la prevención contra el uso de la tecnología nuclear para usos militares.
Los atentados de septiembre de 2001 reactivaron y potenciaron una dimensión que existía, aunque subordinada y aletargada: la seguridad física nuclear. Esto es, la necesidad de prevenir, dificultar y finalmente, evitar el uso con fines maliciosos de la tecnología nuclear. Para decirlo de una manera coloquial, en oposición al principio fundante de la seguridad radiológica, la seguridad física nuclear se dedica a proteger las instalaciones de las personas, ni más ni menos.
El 11 de septiembre demostró -de la peor forma- que hay gente dispuesta a acciones extremas, llegando incluso a la muerte masiva de civiles como objetivo en sí mismo, como parte de su accionar político global. Como lamentablemente suele ocurrir -las acciones de respuesta van detrás de los hechos- los atentados reactivaron ex-post la dimensión de la seguridad física en la industria nuclear. Desde aquel momento, comenzó a percibirse que este campo debía ser, también, prioritario.
La Argentina ha sido un referente mundial en materia de seguridad radiológica y salvaguardias nucleares, desde el inicio mismo de la actividad nuclear. El rol de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), y luego también de la Autoridad Regulatoria Nuclear (ARN) en el asesoramiento tras el accidente de Chernobyl, y el rol protagónico (e innovador) de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares en materia de salvaguardias, son ejemplos de nuestro prestigio mundial en la materia. En este mismo sentido, y apuntando a alcanzar los mismos estándares de excelencia, en los últimos 4 años, Argentina ha trabajado intensamente en materia de seguridad física nuclear, consiguiendo transformarse en un referente regional (e incluso global). Así, en un trabajo inter-agencia y de mucha colaboración con los múltiples actores involucrados en garantizar la protección física de la actividad nuclear, se consiguió potenciar una línea de trabajo pre-existente. De tal modo, se realizaron decenas de talleres en disuasión, detección nuclear, forénsica nuclear, transporte de materiales nucleares, seguridad de fuentes radioactivas, respuesta ante incidentes, sabotaje, ciberseguridad, seguridad en grandes eventos públicos y en grandes centros urbanos, entre tantos ejes temáticos. Así, se capacitaron a miles de técnicos civiles y personal de las fuerzas de seguridad en las especificidades de la seguridad nuclear, se realizó una gran cantidad de ejercicios de escritorio y en el terreno, y se mejoraron decenas de protocolos de seguridad y respuesta ante eventuales actos terroristas involucrando material nuclear o radioactivo. Esto, en un trabajo conjunto entre el Ministerio de Energía, el Ministerio de Seguridad y las cuatro fuerzas federales a su cargo, las policías provinciales, las Fuerzas Armadas, la CNEA, la ARN, Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NASA), Defensa Civil, Bomberos de la Policía Federal, y por supuesto todo el resto de los actores de la industria nuclear.
Lo que estamos afirmando no es sólo una opinión subjetiva. Este gran esfuerzo inter-agencia tiene indicadores objetivos que dan cuenta de su éxito. Nuclear Threat Initiative (NTI), una de las Organizaciones No Gubernamentales más prestigiosas e importantes en la materia, recientemente publicó su Índice de Seguridad Física Nuclear (https://www.ntiindex.org/). Argentina se encuentra en el puesto número 23 de 154 (teniendo en la región sólo por encima a Chile en el puesto 13 y México en el 15) en lo referido a sus esfuerzos globales en seguridad física nuclear, tomado como indicadores los compromisos legales internacionales, sus capacidades y compromisos domésticos y los riesgos de su entorno. Sin dudas, este es un área en el que siempre se debe continuar mejorando, pero los resultados ilustran el éxito de los esfuerzos en esta dimensión.
Sin dudas esto representa un logro importante en una materia y tecnología tan sensibles. Y, en tanto comunidad, debemos festejar estos esfuerzos que trascienden agencias y gestiones ejecutivas. Pero, de ninguna forma la satisfacción de un trabajo bien hecho puede llevarnos a relajarnos y sentir que “ya está” o que “estamos seguros”. La realidad es siempre dinámica, los adversarios siempre evolucionan, y se adaptan a nuestras mejoras y adoptan nuevas tecnologías, que inauguran otras amenazas. Como un Sísifo eterno, la efectividad en seguridad física nuclear sólo nos lleva a la mañana siguiente, en la que todo debe empezar nuevamente y donde debemos redoblar los esfuerzos para intentar estar así, siempre, un paso adelante de los adversarios. No podemos darnos el lujo de creer que el “loop” tiene fin y que ya “hemos ganado”. Mucho menos en un país marcado por las 107 vidas que se interrumpieron violentamente hace 3 décadas, producto de dos atentados terroristas en su ciudad capital.