EL CAMBIO CLIMÁTICO, LA COMPETENCIA GEOPOLÍTICA SINO-ESTADOUNIDENSE Y LA POLARIZACIÓN DE LA SOCIEDAD ARGENTINA COMO DESAFÍOS Y TENDENCIAS FUTURAS A FLOR DE PIEL
RESUMEN:
El presente trabajo tiene el objetivo de analizar, de manera objetiva e integral, el impacto presente y futuro de algunas tendencias estratégicas globales en la Argentina, dentro de un período de diez años. Teniendo en cuenta que dicho período concierne desde la actualidad hasta 2030 aproximadamente, en esta primera etapa se explicarán individualmente tres tendencias principales a partir de su contextualización y su problematización. En pocas palabras, las tendencias globales elegidas son: el cambio climático, la competencia geopolítica sino-estadounidense, y la polarización de las sociedades, en particular la argentina. Posteriormente, en una segunda etapa, se incluirán varias propuestas para la elaboración de políticas públicas en relación con las tres tendencias mencionadas.
Introducción:
El escrito que se presenta va a analizar el impacto en la Argentina, con vistas a los próximos diez años, de tres tendencias estratégicas globales seleccionadas a criterio la autora. Las temáticas del trabajo se evalúan desde la perspectiva de la gobernanza y de los asuntos estratégicos. El propósito de estos análisis es visualizar las oportunidades, desafíos, riesgos y amenazas que estas tendencias y dinámicas representan para el crecimiento de nuestro país. Las tres tendencias son las siguientes: primero, la incidencia y gestión del cambio climático en Argentina; segundo, los efectos de la competencia entre la República Popular de China y los Estados Unidos de América en nuestro país; tercero, la polarización de la sociedad argentina y la reconfiguración de identidades en torno a lo político. Comencemos en orden, no sin antes plasmar a continuación otros conceptos relevantes que definimos y acordamos en conjunto en el seno del equipo de investigación.
Una “tendencia” puede ser entendida como un “patrón de comportamiento de los elementos de un entorno particular durante un período considerado”. A su vez, las “ideas impulsoras” son “fuerzas estructurales (o “drivers”) principales que configuran la dinámica futura y que tienen un alcance relativamente universal, interactúan y se cruzan con otros factores para afectar a las dinámicas emergentes”. Ligado a ello, las “dinámicas emergentes” consisten en la “aparición, a lo largo del tiempo de fenómenos emergentes” generalmente asumiendo que “la emergencia es un fenómeno sorprendente a nivel del comportamiento global del sistema”. Entendiendo al sistema internacional como un sistema complejo, puede asegurarse, entonces, que “la seguridad nacional requerirá no sólo defenderse de ejércitos y arsenales, sino también resistir y adaptarse a estos desafíos globales compartidos”.
A- La incidencia y gestión del cambio climático en Argentina
Dentro de la perspectiva de los asuntos estratégicos, ubico a la gestión del cambio climático. ¿De qué se trata éste? Consensuamos que hace referencia al “cambio del clima atribuido directa o indirectamente a actividades humanas que alteran la composición de la atmósfera mundial, y que viene a añadirse a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables”. En estrecha relación, la adaptación al cambio climático consiste en los “ajustes en sistemas humanos o naturales como respuesta a estímulos climáticos proyectados o reales, o sus efectos, que pueden moderar el daño o aprovechar sus aspectos beneficiosos”.
Adentrándonos en el contexto del cambio climático a nivel global, cabe traer a colación uno de los últimos reportes publicados por el Grupo de Trabajo I del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). En el mes de agosto del corriente año, dicho Grupo indicó que “las concentraciones globales actuales de dióxido de carbono (CO2) atmosférico se encuentran en niveles más altos que en cualquier otro momento en al menos los últimos dos millones de años” (IPCC, 2021, capítulo 2: 5, traducción propia). Asimismo, se afirma que los “cambios observados en la atmósfera, los océanos, la criósfera y la biosfera proporcionan una evidencia inequívoca de un mundo que se ha calentado (…) durante las últimas décadas, los indicadores clave del sistema climático se encuentran cada vez más en niveles no vistos en siglos o milenios, y están cambiando a un ritmo sin precedentes en al menos los últimos 2000 años” (IPCC, 2021, capítulo 2: 6, traducción propia).
La realidad y las proyecciones demuestran que, si las emisiones de GEI siguen así o aumentan, quedará en el olvido el objetivo del emblemático Acuerdo de París, que planteaba evitar que, para finales de siglo, la temperatura global supere los 2 ºC, o si es posible los 1,5 ºC, en relación a los niveles preindustriales. De concretarse ese escenario, as consecuencias serán realmente significativas, por no decir catastróficas, para el planeta y la humanidad.
De acuerdo al informe del IPCC previamente citado, desde la época preindustrial la temperatura global aumentó un 1,1 ºC, dada la emisión de más de 2400 miles de millones de toneladas de Co2 hasta la actualidad, y otras emisiones de distintos GEI que no son Co2 (IPCC, 2021). Teniendo en cuenta que aproximadamente 40 mil millones de toneladas de Co2 son emitidas año a año, en promedio, el camino para cumplir la meta del Acuerdo de París es cada vez más estrecho y cuesta arriba.
Según el IPCC, para evitar que la temperatura media mundial escale por encima de 1,5 ºC en relación a los niveles preindustriales, es imperante “una reducción de las emisiones de CO2 del 45% en 2030, o una reducción del 25 % en 2030 para limitar el calentamiento a 2 ºC” (UNFCCC, septiembre 2021). El compromiso de los países en reducción de los GEI se plasma en las Contribuciones Determinadas a nivel Nacional (NDC son sus siglas en inglés), las cuales son presentadas regularmente ante la COP (Conferencia de las Partes). Por lo tanto, dichos compromisos deben ser cada vez más ambiciosos para cumplir tales perspectivas. Pero, si se considera el conjunto de las NDC presentadas por todos los países hasta la actualidad, esta totalidad implica “un aumento considerable de las emisiones globales de GEI en 2030 en comparación con 2010, de alrededor del 16 % (…) (y,) a menos que se modifique rápidamente, puede provocar un incremento de la temperatura de unos 2,7 ºC a finales de siglo” (UNFCCC, septiembre 2021).
En consonancia con dicha proyección, “es probable que en los próximos 20 años el calentamiento global supere los 1,5°C mientras se dirija hacia los 2°C posiblemente hacia mediados de siglo (…), las emisiones acumuladas que ya están en la atmósfera provocarán un aumento de la temperatura en las próximas dos décadas incluso si las emisiones llegaran a ser netas inmediatamente, según la Evaluación Nacional del Clima de Estados Unidos” (NIC, 2021: 32, traducción propia). A su vez, “los efectos físicos del cambio climático en lo que hace a las temperaturas más altas, el aumento del nivel del mar y los fenómenos meteorológicos extremos afectarán a todos los países. Los costos y desafíos recaerán de manera desproporcionada sobre el mundo en desarrollo, interviniendo con la degradación ambiental para intensificar los riesgos para la seguridad alimentaria, el agua, la salud y la energía” (NIC, 2021: 30, traducción propia).
Gráfico ilustrativo de las emisiones globales de GEI de cara a 2060. Créditos de la imagen: UNFCCC.
Prestando atención al ámbito regional y local, para Latinoamérica el panorama futuro, de confirmarse estas tendencias, es bastante abrumador pues los expertos proyectan que en los años siguientes es muy probable que las temperaturas sigan aumentando, y que dicho aumento sea superior al promedio global. Asimismo, se afirma que las precipitaciones serán cada vez mayores en ciertas zonas mientras que escasearán en otras, provocando grandes sequías y estrés hídrico, y que el aumento del nivel del mar continuará, repercutiendo con graves inundaciones en las zonas costeras de baja altitud. Otro factor a considerar es la disminución de los niveles de nieve y hielo y del volumen de los glaciares de la cordillera andina, con el consiguiente aumento de inundaciones fluviales y desbordes de lagos glaciales. Por último, se destaca el potencial impacto del aumento de sequías, aridez e incendios en sectores forestales, agrícolas y demás ecosistemas (IPCC, 2021 Regional Fact Sheet – Central and South America).
Imágenes ilustrativas de los potenciales cambios que enfrentará la región, de acuerdo al aumento del calentamiento global en distintos parámetros.
Fuente: IPCC, 2021 Regional Fact Sheet – Central and South America.
No caben dudas que, ante estas proyecciones regionales, la Argentina tendrá que hacer frente a múltiples desafíos climáticos, los cuales tienen incidencia directa en los distintos ecosistemas y en la población, sobre todo en grupos más vulnerables y más expuestos ante las consecuencias del cambio climático, que muchas veces no poseen los recursos necesarios para combatir tales efectos.
En relación con ello se enmarca el problema para la primera tendencia en cuestión: se necesitan acciones concretas y comprometidas para seguir reduciendo ambiciosamente las emisiones de GEI y poder cumplir así con los objetivos propuestos. Pero, uno de los grandes inconvenientes a nivel mundial es que los compromisos (y acciones consecuentes) de los países más contaminantes no son lo suficientemente ambiciosos, lo que genera incertidumbre, enojo y a veces un “contagio” de no involucramiento por parte de otros países, fundamentalmente aquellos en vías de desarrollo, pues creen que sus esfuerzos son inútiles cuando los países más contaminantes no asumen con seriedad la responsabilidad que les corresponde. Todo esto evidencia graves fallas en el multilateralismo y la cooperación internacional, que deberán subsanarse en los próximos años si se quiere arribar a soluciones y acciones conjuntas.
Si observamos datos oficiales del informe de la Statistical Review of World Energy (SRWE) publicado en 2020 que analiza la situación climática del año anterior, (es decir, de 2019) vemos que Argentina emitió 175 millones de toneladas de Co2 en 2019 y representó el 0,5% global de las emisiones. Mientras tanto, la emisión de Co2 de China fue de 9826 millones de toneladas, representando el 28,8% de las emisiones mundiales totales. Le siguió Estados Unidos con una emisión de 4965 millones de toneladas de Co2 en 2019, lo que equivale a un 14,5%. En tercer lugar, se ubicó India con su emisión de 2480 toneladas de Co2 en dicho año, simbolizando el 7,3% de las emisiones mundiales. Rusia ocupó el cuarto lugar, con 1532 millones de toneladas de Co2 emitidas en 2019, lo que fue el 4,5% mundial y Japón estuvo en la quinta posición con una emisión de 1123 millones de toneladas, representando el 3,3% total. Estos últimos cinco países son los más contaminantes de todos, en relación a la emisión de dióxido de carbono (SRWE, 2020: 13).
Argentina presentó su segunda NDC en diciembre del 2020. En dicho documento se resalta que la participación argentina en diversas negociaciones en cuestiones ambientales y sobre el cambio climático ha sido “activa e ininterrumpida” y se señala que el multilateralismo y la cooperación internacional son las vías predilectas para encarar los desafíos futuros. El compromiso concreto de la Argentina de cara a 2030 es “una meta que limitará las emisiones de gases de efecto invernadero a un nivel 26% inferior a la Contribución Determinada Nacional previamente comprometida en 2016” (NDC Argentina, 2020: 4), meta que se califica posteriormente como “absoluta e incondicional” y “aplicable a todos los sectores de la economía” (NDC Argentina, 2020: 6). Consultando la Primera Revisión de su Contribución Determinada a Nivel Nacional en 2016, allí se había establecido que nuestro país no excedería la emisión neta de 483 millones de toneladas de Co2 en el año 2030. Es decir que, hacia dicho año, la Argentina no debería superar la emisión neta de 359 millones (aproximadamente) de toneladas de Co2, manteniendo así “en 2030 un porcentaje de participación de 0,9% respecto de las emisiones globales” (NDC Argentina, 2020: 6).
A su vez, en esta nueva NDC se plasma otro objetivo, a largo plazo: “alcanzar un desarrollo neutral en carbono en el año 2050” (NDC Argentina, 2020: 4). Ello forma parte del impulso hacia “una transformación justa, ambiciosa y decididamente inclusiva” e implica la consciencia “de la responsabilidad individual y colectiva respecto del ambiente” (NDC Argentina, 2020: 4). Se reconoce que “Argentina es un país altamente vulnerable, que necesita adaptarse, dado que posee gran diversidad de zonas susceptibles a los efectos del cambio climático” (NDC Argentina, 2020: 6) y, entre algunos ejemplos explícitos, se menciona la reducción en el caudal de agua de la cuenca del Paraná como un hecho determinante que preocupa a nuestro país.
Otro de los compromisos argentinos es tratar, para 2030, de “disminuir la vulnerabilidad, aumentar la capacidad de adaptación y fortalecer la resiliencia de los diferentes sectores sociales, económicos y ambientales a través de medidas de concientización y construcción de capacidades que le permitan al país y su población responder solidariamente al desafío urgente de proteger el planeta” (NDC Argentina, 2020: 6).
Esta segunda NDC establece quince ejes rectores que “guiarán el diseño, la implementación y el monitoreo de todas las acciones de adaptación y mitigación nacionales”, algunos de ellos son: “Agenda 2030 y ODS”, “federalización”, “salud”, “transición justa”, “gestión integral del riesgo”, “adaptación basada en comunidades” y “en ecosistemas”, “innovación, ciencia y tecnología” “educación ambiental”, “seguridad energética” y “alimentaria”, entre otros (NDC Argentina, 2020: 7). Estos, entre otros, son los ejes y tendencias a los que deberemos prestar atención en los próximos años. No solamente para evaluar sus progresos y cumplimientos sino también para detectar fallas y poder aumentar la ambición climática en nuestros compromisos internacionales, reconociendo que los desafíos que tenemos enfrente son de una magnitud enorme y requieren una respuesta no menor si se quieren reducir las debilidades, riesgos y amenazas.
Impactante foto de la crisis hídrica en el río Paraná a mediados de este año.
Créditos de la imagen: Universidad de San Martín.
En conclusión: Los próximos años serán cruciales y determinantes en el camino a evitar el aumento desproporcionado de la temperatura a fin de siglo, es decir, por encima de los 2 grados centígrados o, más ambiciosamente, por encima del 1,5 grado centígrado en base a los niveles preindustriales, en concordancia con el Acuerdo de París de 2015, del que nuestro país forma parte. A pesar de que las tendencias marcan un camino muy complicado en términos de obligaciones ambientales, la coacción multilateral debe prevalecer y fortalecerse, con responsabilidades comunes pero diferenciadas. El desafío para la República Argentina reside en cumplir y afianzar sus compromisos presentados en las NDC ante las COP, el IPCC y la CMNUCC, de modo tal que se aumente progresivamente la ambición climática en nuestras propuestas y acciones y se estreche la colaboración internacional. En base a todo ello, la gestión de la crisis climática – que tiene gran incidencia en nuestro país, en diversos sectores y niveles – podría ser mejor y más realista.
B- Los efectos de la competencia RPC-EEUU en Argentina
Dentro de la materia de gobernanza global y su consecuente impacto local, ubico a los efectos de la rivalidad multifacética entre la República Popular de China y los Estados Unidos de América.
Contextualizando esta situación, es sabido que la competencia entre ambas potencias no es ningún nuevo hallazgo. La disputa por el liderazgo comercial, financiero, tecnológico, marítimo, espacial, e incluso diplomático está a la orden del día. Tal es así que hay varios académicos que se atreven a calificar esta situación como una “Nueva Guerra Fría”, aunque los argumentos utilizados para hacer dicha apreciación sean cuestionables por otros.
La rivalidad en las distintas áreas no es solamente a nivel internacional (macro) sino que también logra insertarse dentro de cada una de las regiones del mundo (micro). En el caso de América Latina y el Caribe, salvo excepciones particulares e históricas, se ha observado (en sus orígenes, desde mediados del siglo XIX aproximadamente, pero de manera más acabada desde mediados del siglo pasado) una preeminencia estadounidense a la hora de hacer alianzas y concertar el equilibrio regional. Pero, dado el crecimiento espectacular de la República Popular de China en el último tiempo, en varios sentidos, y su notable y creciente influencia en la región, puede afirmarse que la hegemonía en Latinoamérica de los Estados Unidos de América está siendo disputada.
Se entiende que “es probable que el poder blando y diplomático de China en la región aumente a medida que se comprometa con la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que excluye a Estados Unidos y Canadá” (FIU&GA, 2018: 14, traducción propia). Asimismo, China “ya ha invitado a la región a participar en su iniciativa “One Belt One Road”, que ayudará en la inversión en infraestructura y aumentará los contactos y los intercambios educativos y culturales con estudiantes y líderes”, claros iniciativas con elementos de poder blando (FIU&GA, 2018: 14, traducción propia). En esa línea, las tendencias indican que Estados Unidos “seguirá siendo un socio clave para la región, pero es probable que su dominio se reduzca, mientras que China será un socio comercial e inversor cada vez más importante” debido a la creciente demanda de bienes y servicios por parte de una China en constante expansión económica (Ministry of Defence UK, 2018: 243, traducción propia).
A su vez, si bien Estados Unidos en la actualidad continua siendo el mayor inversor internacional en la región y se espera que “siga siendo un socio comercial importante, generando el 20% de los flujos de inversión extranjera directa de la región”, se reconoce que en los últimos años Latinoamérica “ha incrementado sustancialmente el comercio con China como parte de su impulso para diversificar sus socios” (es decir, aumentando y diversificando los mercados destino de sus exportaciones de productos como la soja, hierro, petróleo y cobre) y China “ha realizado, o se ha propuesto realizar, inversiones en proyectos regionales”, fundamentalmente en infraestructura, servicios públicos e industrias extractivas, aumentando significativamente la inversión asiática en la región y se prevé que esta tendencia crezca en el futuro (Ministry of Defence UK, 2018: 248, traducción propia).
Hay que mencionar que, desde el Monitor de la infraestructura china en América Latina y el Caribe 2020 a cargo del investigador Enrique Dussel Peters, se afirmó que “Argentina recibió desde 2005 proyectos de inversión en infraestructura por parte del gobierno de China, por más de 30.600 millones de dólares, lo que representó hasta 2019 el 39% del total del compromiso asumido por el país asiático en América Latina y el Caribe” siendo este el mayor porcentaje para un país de la región (Télam, 2020).
Por su parte, en la actualidad ya ambos gobiernos se encuentran en proceso de negociación en lo que hace a “acuerdos de cooperación e inversión en economía verde y digital” y es de destacar la primera participación de nuestro país en la Feria Internacional de Comercio de Servicios de China, que tuvo lugar en el mes de septiembre pasado. (Télam, 2021).
Ya en 2018, “en siete países latinoamericanos, China ha(bía) superado a Estados Unidos como principal destino de las exportaciones, y en cinco de esos países —Brasil, Chile, Cuba, Perú y Uruguay— China (era) el mayor mercado de exportación” (FIU&GA, 2018: 14, traducción propia). Las relaciones comerciales entre China y Argentina continúan creciendo, a tal punto de consolidar a China en 2021 como nuestro segundo socio comercial más importante, por detrás del vecino Brasil.
Desde el Ministerio de Desarrollo Productivo, en marzo de este año se informó que, de acuerdo a datos provistos por el INDEC, “el intercambio bilateral se quintuplicó desde 2003 a 2020, al pasar de u$s3.200 millones a u$s14.000 millones, tras alcanzar los u$s16.000 millones en 2019” y que “el año pasado, China representó 9,8% del total de las ventas externas de Argentina (u$s54.884 millones) (concentradas en soja, petróleo, carnes, aceites vegetales, moluscos y mariscos) y 20,4% de las importaciones concretadas por el país (u$s42.356 millones)” (Ámbito, 2021). El Ministro Kulfas afirmó que “China no es únicamente un socio estratégico de Argentina, sino que también es parte fundamental de la nueva realidad económica internacional” (Ámbito, 2021).
Esto, según el Centro de Economía Internacional, consultado por la Cancillería Argentina, posiciona a China como el segundo socio comercial del país solo por detrás de Brasil, desplazando a Estados Unidos al tercer lugar. Sin embargo, su importancia no es menor pues en 2020 “las exportaciones a Estados Unidos sumaron 3.313 millones de dólares y las importaciones alcanzaron 4.414 millones de dólares” siendo el déficit comercial de 1.101 millones de dólares (INDEC, 2021: 23).
Asimismo, según el Departamento de Estado de dicho país, más de 300 compañías estadounidenses operan en Argentina dejando a EEUU como uno de los principales inversores en el país con más de USD $10,7 mil millones de inversión extranjera directa desde 2019 (US Department of State, 2021).
Con cifras relativas al período acumulado de enero-mayo del presente año, la tabla muestra los tres principales socios comerciales de la Argentina: Brasil, China y Estados Unidos.
Fuente: Centro de Economía Internacional, Cancillería Argentina.
Ligado a esto y en virtud del equilibrio de poder en la región, que suele vincularse al éxito económico, se asevera que “las relaciones políticas pueden, hasta cierto punto, seguir a las alianzas comerciales, a medida que EE. UU. cambie su enfoque de la región y los países asiáticos, especialmente China, continúen invirtiendo en América Latina” (Ministry of Defence UK, 2018: 249, traducción propia). Pero, también se entiende que el comercio general de nuestra región con Estados Unidos continuará relativamente estable y los intereses de seguridad de los estadounidenses en América Latina son y seguirán siendo “duraderos” (Ministry of Defence UK, 2018: 249, traducción propia).
En cuanto a la “diplomacia de vacunas”, tanto China como Estados Unidos buscan consolidarse como socios claves en la región, aumentando los suministros y acuerdos con los países latinoamericanos y la rivalidad entre ambas potencias por este aspecto se estima siga creciendo. En lo que respecta a Argentina, ya por el mes de agosto de 2021, se estimaba que en total había recibido de laboratorios chinos 18 millones de vacunas (Sinopharm y Cansino), mientras que Estados Unidos había donado 3.5 millones de vacunas de Moderna (Perfil, agosto 2021). Poco tiempo más tarde, Argentina y Estados Unidos acordaron un contrato por 20,5 millones de dosis de Pfizer, a recibirse hasta el mes de diciembre de este año (Ministerio de Salud, septiembre 2021). Mientras tanto, continúan llegando vacunas chinas.
La tendencia en este sentido es que la rivalidad sino-estadounidense en la “diplomacia de vacunas” para con Argentina y la región continúe su curso en los próximos años.
Dados todos esos aspectos analizados sobre las dinámicas emergentes en relación a la segunda tendencia, podemos problematizar la situación formulando algunos interrogantes, a los que buscaré darles respuesta en el próximo paper.
- ¿Cómo se definen las alianzas hoy en día entre la Argentina y la República Popular China? y ¿De qué modo se hace con Estados Unidos?
- ¿Existe una visión a largo plazo para consolidar estas alianzas, fundamentalmente la que se desprende de la creciente relación comercial con China?
- ¿De qué manera se ven comprometidos los intereses nacionales en las relaciones que nuestro país mantiene con ambas potencias?
- De ahora en más ¿cómo puede actuar y posicionarse estratégicamente la República Argentina ante la rivalidad mundial sino-estadounidense, que también manifiesta ser “caliente” en nuestra región? ¿Puede sacarse provecho de alguna de sus consecuencias o es mejor ser prudentes ante la geopolítica actual?
- ¿Qué abordaje debería adoptar nuestra política exterior ante tal coyuntura internacional?
- ¿Podría tomarse partida por una o por otra opción? ¿Podría, en pleno siglo XXI, entenderse a las relaciones internacionales y comerciales como un juego de suma-cero (en este caso, lo que China “gana” con Argentina es lo que Estados Unidos “pierde”) o dicha visión no es apropiada para analizar ventajas y desventajas de las vinculaciones de nuestro país con las grandes potencias?
- En caso de responder esta última pregunta afirmativamente, ¿podemos realmente afrontar los costos de alineamiento unilateral con una de las dos potencias, rechazando las oportunidades que la otra tiene para ofrecer? ¿Cuáles son esos costos?
En conclusión: Debido al contexto de rivalidad mundial y multifacética entre la República Popular de China y los Estados Unidos de América y ante el aumento de la influencia económica y diplomática china en la región latinoamericana y en la República Argentina, el desafío de nuestro país consiste en enfrentar la disyuntiva de cómo posicionarse ante tal coyuntura, evaluando los riesgos, oportunidades, costos y beneficios que tal decisión implicaría. Argentina es muy atractiva por su importancia geo-estratégica y la cantidad de recursos naturales que posee, hecho que también nos vuelve vulnerables ante pretensiones de países extranjeros. Uno de los grandes desafíos es elaborar una política exterior que sepa adaptarse a las circunstancias actuales pero que en ningún momento deje de priorizar los intereses nacionales estratégicos. Los próximos años, de acuerdo a las tendencias analizadas, serán testigos de la consolidación de una “coexistencia competitiva” entre ambas potencias, por lo que tomar decisiones apresuradas o dar pasos en falso respecto a esta cuestión puede tener altos costos para nuestro país. Es por ello que resulta necesario, a mi parecer, una política pragmática y cauta que pueda aprovechar las ventajas que ambos países tienen para ofrecer. Esto será desarrollado con más detalle en el próximo documento.
C- Sociedad argentina: desconfianza, polarización y (re)configuración de las identidades
Dentro del ámbito de la gobernanza local, busco analizar si se ponen de manifiesto en la sociedad argentina las dinámicas emergentes generales a nivel global en lo que hace a la polarización política, a las nuevas identidades y a la desconfianza respecto a los políticos.
En contexto, algunas tendencias globales indican que hay un evidente crecimiento de movimientos “exclusivistas y nacionalistas” que afectan la cohesión social y la estabilidad política, a la vez que aumentan la polarización social (Arteaga, 2021). A eso se le suman la influencia de la desinformación que circula a grandes velocidades en las redes (en otras palabras, puede hablarse de fake news) y algunos “discursos de odio” por parte de líderes, políticos o no, pero con gran impacto en las prácticas democráticas.
A su vez, podría decirse que la pandemia del COVID-19 puso al descubierto muchas debilidades de distintos aparatos: el sistema internacional y la cooperación multilateral; los sistemas de salud en todos sus niveles; el sistema político democrático que muchas veces no pudo procesar (en términos de David Easton) las demandas ciudadanas cada vez más ambiciosas, entre otros. También, reforzó la idea de proteccionismo comercial y social, dando ímpetu a tendencias discriminatorias y xenófobas incluso dentro de un mismo país para con comunidades diferentes.
En América Latina, algunos análisis señalan que se afianzarán gobiernos de corte populistas y que una “pobre gobernanza y escándalos políticos de alto nivel”, reflejo de una corrupción enraizada en la política latinoamericana, pueden ser detonantes para exacerbar el malestar social (Ministry of Defence UK, 2018: 248, traducción propia). En otros ejemplos latinoamericanos, los problemas de la gobernanza local derivan de la gran influencia de los cárteles de droga y otros actores relacionados con el crimen organizado.
En cualquier caso, se afirma que a nivel global “las comunidades están cada vez más fragmentadas, ya que las personas buscan seguridad con grupos afines basados en identidades establecidas y nuevas; los Estados de todo tipo y en todas las regiones se esfuerzan por satisfacer las necesidades y expectativas de poblaciones más conectadas, más urbanas y más empoderadas” (NIC, 2021: 1, traducción propia). Asimismo, la fragmentación social muchas veces está basada en “disputas sobre cuestiones económicas, culturales y políticas” y parte de la población mundial tiene una actitud desconfiada respecto a las instituciones gubernamentales dado que muchas veces éstas tienen grandes fallas en abordar las necesidades generales de los pueblos (NIC, 2021: 7-8, traducción propia). Consecuentemente, esas brechas entre “demanda” ciudadana y “oferta” estatal crean un clima de tensión generalizado entre sociedades y gobiernos que, de empeorar, es muy difícil revertir. O, al menos, requiere de grados muy altos de confianza recíproca, aspecto que parece estar en falta en nuestra región y en nuestro país.
Esa brecha se profundiza cuando la ciudadanía está muy activa políticamente y tiene incentivos y capacidades para luchar por distintas causas exigiendo soluciones a sus gobiernos que cada vez están más presionados. Y, en el mejor de los casos no habiendo corrupción de por medio, los recursos con los que cuentan los Estados para favorecer políticas públicas de acuerdo a las demandas de sus poblaciones a veces no son suficientes para superar esas barreras. A veces, esa brecha trae aparejada “más volatilidad política, erosión de la democracia y roles en expansión para los proveedores alternativos de gobernabilidad”, distintos a las prácticas democráticas que tanto tiempo le llevó a la región consolidar (NIC, 2021: 8, traducción propia).
A esto puede sumarse la “crisis de los sistemas de partidos políticos tradicionales”, debido a la desconfianza ciudadana en ellos y en la “clase política”, lo que lleva a que sean cada vez mayormente electos, a distintos puestos políticos, “nuevos líderes e incluso outsiders, candidatos anti-sistema (…) o anti-democráticos, buscando un verdadero cambio” (FIU&GA, 2018: 17, traducción propia). Esto puede ser leído como una tendencia que se está consolidando en la región, si consideramos a modo de ejemplo la elección del actual presidente brasileño Jair Bolsonaro en 2018 o la elección sorprendente del economista de extrema derecha Javier Milei como pre-candidato a diputado nacional en Argentina en septiembre de 2021.
En lo que hace a las identidades, hay una tendencia a estar en constante (re)configuración y afianzamiento, en torno a cuestiones “étnicas, religiosas y culturales, así como las agrupaciones en torno a intereses y causas, como el ambientalismo” (NIC, 2021: 8, traducción propia). Según esta perspectiva, a veces lejos de ser una cuestión de diversidad beneficiosa y enriquecedora para los Estados, se subraya que “la combinación de nuevas y diversas lealtades de identidad y un entorno de información más aislado está exponiendo y agravando las líneas divisorias dentro de los estados, socavando el nacionalismo cívico y aumentando la volatilidad” (NIC, 2021: 8, traducción propia).
Otras causas de división y tensión social dentro de los países son las brechas “de ingresos, riqueza, educación, movilidad social, prosperidad y ventajas políticas” que, en caso de no subsanar sus causas (y no solamente sus “síntomas”), dichas inequidades “podrían llevar a la inestabilidad” (Ministry of Defence UK, 2018: 15, traducción propia).
La República Argentina no es excepción a estos diagnósticos globales. Principalmente, se pusieron de manifiesto ciertas fracturas en el orden institucional que llevaron a que, por momentos, se cuestionara la salud de la democracia argentina. En relación a la desconfianza ciudadana vinculada con la corrupción, el índice de Transparency International de 2020 señala que Argentina ocupa el puesto 78 de 180, con un promedio de 42 puntos sobre 100, en donde 1 es “muy corrupto” y 100 es “muy transparente”. Si bien no se encuentra en una posición tan baja como otros países de la región, si observamos en términos absolutos dicho índice tiene gran relevancia y es un termómetro de la temperatura social que se expresa por esta vía como ejemplo paradigmático.
En vistas a la última elección primaria legislativa en Argentina, cabe destacar el dato de la participación electoral. De acuerdo al Ministerio del Interior, de casi 34.5 millones de ciudadanos habilitados para votar, solamente lo hicieron poco más de 22.7 millones, constituyendo el 66% del padrón electoral. Si bien es cierto que en las elecciones PASO el porcentaje de concurrencia a las urnas suele ser menor que en las elecciones generales, y aún más tratándose de elecciones legislativas de medio término, y en un contexto de pandemia, no hay que perder de vista que fue la participación electoral más baja desde que el sistema fuera implementado en 2011. En 2017, la asistencia a las PASO había sido de un 72.3% aproximadamente, más de 6 puntos porcentuales arriba que en esta última ocasión (Télam, 2021). Otra cuestión a considerar fueron los altos niveles de voto en blanco, por ejemplo, con un porcentaje cercano al 4,5% en la Provincia de Buenos Aires y al 9,5% en Mendoza.
La última campaña electoral se enmarcó en un contexto de desconfianza, descontento y apatía política. Con un país muy golpeado por la pandemia del COVID-19, los políticos (actuales y aspirantes a cargos públicos) deben ingeniárselas para tratar de llamar la atención y captar el voto de ciudadanos que poco y nada quieren saber con la política en general. En general, los modelos de campaña presentados en este año estuvieron muy distantes de ser los mejores pues faltaban sustancia y propuestas concretas en muchos discursos con mensajes vacíos y algunos ajenos a la realidad del país. No debe olvidarse que los resultados electorales son una foto del momento, que reflejan la aprobación o desaprobación de la ciudadanía respecto de la gestión de un gobierno y de la oposición, otorgando recompensas y castigos electorales. Ni siquiera me animo a hacer interrogantes para dentro de unos años, más bien ¿cómo continuarán las campañas políticas, por cierto, muy desprestigiadas, de cara a las elecciones en mediados de noviembre de este año?
Luego del análisis presentado, entiendo que uno de los problemas principales de la gobernanza local es la desconfianza generalizada hacia los políticos, sean partidos políticos como aparato o una figura del político como tal, más allá de personas políticas individualizadas. Todo ello lleva preguntarnos: ¿la desconfianza y descontento con los políticos se transforma también en desconfianza hacia la política o, peor, hacia el sistema democrático? ¿Qué dice la polarización política e ideológica de la salud de una sociedad democrática? ¿Cómo se interpreta la llamada identidad “libertaria” nucleada en la Capital Federal en torno a la figura del polémico y extremista Javier Milei, quien hizo una histórica primera elección, obteniendo el 13% de los votos? ¿Qué sucede con la legitimidad del poder democrático? ¿Se cree que existe una alternativa al sistema democrático? ¿Cuáles son las demandas ciudadanas que tienen y tendrán prioridad en los próximos años? ¿La brecha entre las demandas ciudadanas y las ofertas del gobierno irá en aumento, como indican las tendencias analizadas? ¿Cómo se puede gobernar en este contexto y con todos estos desafíos? ¿Cómo seguirán estas tendencias en el futuro y qué puede hacerse al respecto?
En conclusión: Tomando como referencia aspectos centrales de la última elección legislativa en nuestro país (es decir, la elección PASO: Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, en septiembre de 2021 y la elección general a desarrollarse en mediados de noviembre de 2021) – tales como los índices de participación ciudadana y los votos en blanco y nulos, además de los modelos de campaña política – el desafío para la correcta gobernanza de la República Argentina es entender diversas cuestiones que hacen al electorado y, en base a ello, evaluar no solamente el desempeño electoral sino también las gestiones de gobierno y proyectar hacia el futuro eventuales modificaciones en pos de la salud y vitalidad de la democracia argentina. En vistas a esto último se presentará el próximo paper.
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